Ese lugar.

HARRY: ¿A qué nos estamos refiriendo?
NATHAN: Al refugio interior, Harry. Al lugar donde la gente acude cuando ya no puede vivir en el mundo real.
HARRY: Ah, yo tuve uno. Como todo el mundo, supongo.
TOM: No necesariamente. Hace falta una buena imaginación, ¿y cuánta gente puede presumir de eso?
HARRY: Ahora lo recuerdo todo. El Hotel Existencia.
TOM: ¿Y eso dónde está? ¿Para qué sirve?
HARRY: ¿Para qué? Para nada, en realidad. Era un refugio, un mundo que podía visitar en mi imaginación. De eso es de lo que estamos hablando, ¿no? De evasión. En realidad, hay dos Hoteles Existencia. El primero, siento decirlo,  era enteramente pueril y sensiblero. Cuando terminó la guerra renuncié a mis sueños de corage varonil y noble sacrificio. El Hotel Existencia cerró, y cuando volvió a abrir, era mucho más pequeño y de sórdido aspecto, y si queréis encontrarlo ahora, tenéis que ir a una gran ciudad donde la vida real sólo empieza después de oscurecer. Entrar ahí era pensar en palabras como alterne, claroscuro, destino. En hombres y mujeres lanzándote discretas miradas por el vestíbulo. Era perfume, trajes de seda y piel cálida, y todo el mundo andaba siempre con una copa en la mano y un cigarrillo en la otra. Había que dejarse llevar un poco por la corriente. Bueno, no era nada serio, sino más bien un juego: el entretenimiento eternamente agradable de decidir con quién se subiría a la habitación aquella noche. El primer paso se daba con los ojos; única y exclusivamente con los ojos [...].

Auster, Paul: Brooklyn Follies.

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