¿Educación? No, gracias.
Cada vez que me encuentro sentada delante de la mesa, con
los apuntes enfrente de mí, y de pronto salgo como de una ensoñación y me doy
cuenta de que llevo ausente la mitad del tiempo que llevo intentando estudiar,
me siento una gota más frustrada. Aunque si de verdad reflexiono sobre esto… mi
vaso tiene que ser enorme si aún no ha rebosado, o quizá es que lleve rebosando
mucho tiempo y ni siquiera le haya dado importancia debido a que poco importa
que esta forma de aprender me guste o no. Hay otras, muchas, miles seguro, pero
nos imponen una. Y así me tiro las horas, cumpliendo religiosamente con mi obligación
de situarme delante de esos folios llenos de letras, como animal ante su presa,
con la disposición a darlo todo de mí y meterme toda esa información en la
cabeza, hasta que me doy cuenta de que a mi subconsciente le importa un bledo.
Estoy por empezar a preguntar a gritos si de verdad no hay
otra manera de llevar la educación. Si de verdad este método de tirarse horas y
horas inmóvil, aletargado y finalmente hastiado para aprobar un examen que
demuestre si eres capaz o no, sirve para crear personas más inteligentes. Si sirve
realmente para hacernos pensar, o mejor aún, reflexionar, para hacer nacer
ideas nuevas en la cabeza que deriven de esas reflexiones propias y no de un
repetir eterno de frases escritas a las que hay veces que ya no les encontramos
ni el sentido.
Por favor, que alguien venga a convencerme de que una
persona que intenta enseñar leyendo presentaciones
en el ordenador sabe de
verdad enseñar, y no se está vengando de todos esos años que también tuvo que
pasar sentado en una silla y aburridísimo. Porque si no, al final voy a acabar
tirando todos los apuntes por la ventana y ponerme a tocar la guitarra o a leer
clásicos o a hacer magdalenas de colores, a ver si así siento que estoy
gastando mis energías mentales en algo que merezca la pena.
¿Soy yo o es verídico que están desterrando poco a poco la
creatividad para dejar lugar a un demostrar de capacidades basadas en números,
en cómo eres capaz de plasmar unos cuantos días de estudio atragantado en una
hora a base de preguntar una o dos de las miles de cosas que nos hemos tenido
que aprender? Me duele llamar a esto aprender. Esto no es lo que hacemos;
tragamos textos, los vomitamos, y que me ahorquen si la mayoría no olvida
después casi el 100%. Ojala sea sólo yo; es mucho más fácil encontrar la solución
al problema de una sola persona que cambiar un sistema que lleva vigente desde
el principio de los (o por lo menos, mis) tiempos.
Aprender es lo más bonito del mundo. A todo el mundo le
gusta. A todo el mundo le gusta sentirse satisfecho de sí mismo, incluso fracasar,
porque detrás está esa motivación que te anima a volverlo a intentar hasta que
sale. Porque te gusta lo que haces, porque lo amas.
Es cierto que hay veces que me paso de idealista; que se me
llena la cabeza de ideas estúpidas por imposibles de que exista otro tipo de
escuelas y de universidades; cosas como aprender gratis, clases abiertas,
evaluaciones sin exámenes ni calificaciones, sino por los pasos dados y la
verdadera demostración de la valía personal; con flexibilidad en el tiempo, sin
cuatrimestres en los que tienes que correr para
interiorizar cientos de páginas; con clases prácticas, muy prácticas,
interactivas, de preguntar y debatir, de participación activa. Aunque a mí me
suene perfectamente lógico, en este mi planeta Tierra de hoy, mi continente quehaceaguas
Europa y mi casa España, no va a ser posible. Así que mientras, sigo aquí pegada
a la mesa, delante de mis folios, al menos con la esperanza de que haya
estudiantes que también se sientan como yo y sueñen mucho con sistemas educativos
y colegios a los que nos encante ir, a los que nos gustaría ir más horas de las
que nos obligan, por enriquecedor y por ser un vehículo eficaz para la
expresión de nosotros mismos. Soñad, soñad… que puede que así me sienta menos
sola con mis utopías.
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